domingo, 28 de abril de 2013


HACIENDO LA PLANCHA

A casi más de un mes de las trágicas tormentas que provocaron la histórica inundación de gran parte de La Plata y las ya acostumbradas lagunas de la Ciudad de Buenos Aires, la frenética velocidad con que acontecen los hechos en este país ha barrido el tema de todas las tapas de los medios.

Las cincuenta y tantas vidas humanas registradas, que fueran arrastradas durante la catástrofe no han sido las únicas penosas consecuencias arrojadas por este episodio, así como tampoco las millonarias pérdidas materiales sufridas por los vecinos perjudicados. Una vez más, con las últimas gotas escurridas entre los escombros tras el diluvio, en ese desolador escenario se irguió la soberbia figura de la corrupción. Esa misma musa que inspiró al intendente Pablo Bruera, mientras éste disfrutaba de las tibias playas cariocas, para enviar el fraudulento tweet que anunciaba su asistencia a los damnificados en la noche posterior al aguacero.

Las primeras planas se hicieron eco de lo acontecido, aunque la noticia no duró demasiados días al tope del ranking, ya que nuevos escándalos se reprodujeron como flores en primavera. Así es como llegó el primer programa de Jorge Lanata, dando a conocer una impresionante investigación sobre lavado de dinero que involucraba al gobierno nacional. Campos, mansiones, chacras, autos de alta gama, aviones privados, fiestas millonarias, divisas cuyo monto se calcula por el peso de los bolsos que las amontonan, ostentación, Lázaro Báez, Néstor Kirchner. Todos ellos conceptos y palabras sueltas que indirectamente desembocaron en la pesadilla platense, la cual presenta la paradoja de los que han perdido todo y quienes se enriquecen con lo ajeno.

Aunque no todo quedó allí, porque tanto incapacidad como negligencia fueron las otras dos cartas jugadas por el diablo, en esta azarosa partida de naipes que convirtió las calles de los barrios de Villa Crespo, Palermo, Recoleta, Belgrano y Floresta, entre otros, en auténticos brazos del Río de la Plata. Así fue como tras ocho años en el poder municipal, Mauricio Macri todavía no resolvió el problema de las inundaciones. Una cuestión primordial en esta ciudad que despilfarra sus recursos en obras que lejos están de las primeras necesidades. Mientras Macri denuncia un bloqueo por parte del estado nacional de un supuesto préstamo del Banco Interamericano de Desarrollo para la construcción de arroyos subfluviales aliviadores, me pregunto si no hubiese sido más productivo destinar el dinero hacia algunas otras obras, como por ejemplo el Metrobus, las bicisendas  o el arreglo de la línea A para ello. Pero claro, lo que realmente necesitamos no se vería en la superficie y por lo tanto, no se cristalizaría en votos.

A pesar de que varias jornadas habían pasado desde las últimas lluvias, muchos barrios continuaban sin luz. Una constante en este territorio en el que caen dos gotas de agua y todo colapsa. Como los nervios de gran parte de la sociedad, la cual ante esta creciente oscuridad en la que se sumerge el país salió a la calle masivamente a manifestar su descontento. Mas la presidente y sus vasallos, que no son muy entendidos en sistemas democráticos, no tomaron cuenta de ello y se actualmente debaten en una insólita batalla legislativa contra la raquítica oposición, por la fagocitación del Poder Judicial. Mientras tanto, y como siempre, los problemas cotidianos de este mundo terrenal siguen sin ser atendidos por las divinidades que gobiernan. Como de costumbre, los ciudadanos se inundan de problemas y los corruptos en estas aguas turbias siguen haciendo la plancha.

miércoles, 27 de marzo de 2013


EMPAPADOS



Cuando el cardenal Jean Louis Tauran se asomó al balcón y anunció el nombre del nuevo Papa, nos tiró por la cabeza dos mil años de historia. Un Sumo Pontífice argentino y jesuita aparecía como la solución escogida por el cónclave sacerdotal para los problemas terrenales que aquejan a la institución eclesiástica.

Esta es la primera, y tal vez la única vez, en que un compatriota se erige como la figura más influyente de Occidente. Un desafío más que gigantesco, tanto para Francisco como para su país de origen. Porque más allá de todas las labores que tendrá como Papa, la Argentina ocupará un interesante lugar en el escenario mundial.

Una profunda alegría y emoción inundó al pueblo argento, como una ola de esperanza en medio del torbellino de crisis en que se encuentra sumida nuestra nación. El efecto que produjo el hecho de que un coterráneo se calzase tal investidura, movilizó a miles de personas hacia las calles e iglesias. Casi provocando un despertar de la fe perdida. Y no era para menos, ya que las palabras del francés habían refrendado aquel conocido dicho criollo que asegura que Dios abraza la bandera celeste y blanca. Sin embargo, el sentimiento de algarabía no fue compartido por todos. Dentro del sector político dominante, lejos de derramar alguna lágrima, algunos fruncieron el entrecejo ante la inesperada noticia. Como si alguna esfera de poder estuviese cobrando mayor fuerza que la propia, poniendo en jaque algún tipo interés.

Desde un primer momento, las pequeñeces de este esquizofrénico gobierno nacional denotaron un excesivo temor ante el tamaño alcanzado por el ex arzobispo de Buenos Aires. Quizás, a causa de los innumerables desplantes proporcionados por la Casa Rosada a Bergoglio, algún oficialista de alto rango podría haber imaginado la llegada de una represalia por parte del jesuita. Aunque claro está, éste tendrá problemas mucho más importantes por resolver que disputar una absurda batalla contra la presidencia de Cristina Fernández.

El vuelco masivo de los sectores populares a favor de la figura de Francisco, fueron suficiente motivo para que el kirchnerismo depusiera su actitud confrontadora. Por ejemplo, poniendo punto final a la insólita campaña sucia lanzada contra el Papa. Así fue como de buenas a primeras, el supuesto cómplice de los militares se convirtió en “su Santidad”, inspirando elogios y súplicas de perdón por parte de los otrora infieles. Lógicamente, habían tomado nota que el personaje en cuestión conduce, ni más ni menos, los ánimos espirituales de más de mil doscientas millones de personas en todo el mundo. Fenomenal ejército como para librar una auténtica guerra santa en su contra. Entonces, en las compuertas de las elecciones legislativas de octubre, alguna mente sobria habrá aconsejado a la presidente no generar un conflicto por demás inútil.

En resumen, la oportunidad que se le presenta a la Argentina es, probablemente, una de las más grandes de los últimos tiempos. Con una Europa estrangulada económicamente y una Latinoamérica considerada como la nueva tierra próspera, la mera condición de argentino del Papa nos podría situar en una expectante posición del escenario mundial. Cuanto menos, el centro aprenderá a ubicarnos en el mapa. Una excelente posibilidad para restablecer relaciones con el mundo que realmente puede atraer beneficios e inversiones por estos pagos. Atrás deberían quedar los acercamientos poco felices con la Venezuela totalitaria o el intransigente régimen iraní. Es por eso que, del éxito de Francisco en su empresa en el Vaticano y, sobre todas las cosas, la racionalidad del conjunto de nuestra clase política, dependerá que el movimiento pendular de la suerte nos deposite en un lugar de privilegio o nos abandone en el ostracismo.  

domingo, 17 de marzo de 2013


EL VIRUS DEL PODER



La muerte de Hugo Chávez fue acaso uno de los sucesos más importantes, en materia geopolítica, en lo que va del año. Y sobre ese hecho, del que ya casi todo fue dicho, escrito o televisado, mucho más no puede decirse. Sin embargo, a partir de esta desaparición cabe preguntarnos de qué les sirve a estos caudillos la aglutinación de tanto poder. Si a fin de cuentas, tras el último suspiro solo queda un cuerpo inerte. Aunque, por desgracia, una sociedad que sufre las consecuencias de la mala política.

Jugar a ser Dios es el pecado más común en el que incurren los líderes populistas, quienes guardan ambiciones omnipotentes. El caso del venezolano, es uno de aquellos que se han enfermado con el virus del poder, el cual lo ha llevado a practicar una larga lista de abusos que limitaron tristemente el ejercicio democrático de su país. Algunos teóricos de las Ciencias Políticas llamarían a ese fenómeno como democradura, un gobierno dictatorial que funciona dentro del sistema democrático.

En Venezuela, las reglas del juego eran impuestas por Chávez, ese conductor que definía lo que estaba bien y lo que estaba mal, según su propio juicio. El peso de la bota del Comandante en Jefe dejó una huella que el viento tardará en borrar. Una sociedad partida entre quienes están a favor y los que no. Aunque el problema es que muchos de los que conforman el primer grupo fueron infectados con la bacteria del fanatismo, esa que ciega a su portador y le impide analizar la realidad desde cualquier perspectiva crítica. Situación que genera una conducta de obediencia automática para con el líder, quien diaboliza a todo aquel que ideológicamente se pare en la vereda de enfrente.

Este tipo de metodologías caracterizan a los Estados corruptos, dirigidos por gobiernos totalitarios que anhelan controlar todo lo que acontece dentro de sus fronteras por medio del uso de la fuerza. Un experimento que se reinventa en el tiempo y encuentra tierra fértil en sociedades que se encuentran sumidas en una profunda crisis y carecen de una identidad definida. Es allí, cuando aparece la figura del líder que todo lo puede y que con un relato pseudo religioso cobra carácter divino.

En la Argentina, la vía hacia el chavismo viene transitándose desde mediados de la pasada década, sufriendo una marcada aceleración tras la muerte del ex-presidente Néstor Kirchner. La fascinación por la acumulación de poder, decanta en una contradicción discursiva  producto de defender lo indefendible. Ejemplo de ello, es que quienes sostienen los estandartes del progresismo erigen, al mismo tiempo, una estatua al difunto dictador. Ese mismo que, a comienzos de la década de los noventa fuera protagonista de un frustrado golpe de estado, perpetrado contra un presidente legítimamente elegido por el pueblo del país caribeño.

El actualizado objetivo perseguido por la presidente Cristina Fernández y sus apóstoles rentados, es el control de los medios masivos de comunicación. Y una vez alcanzado, su prédica se ramificará como un virus concebido para acabar con la conciencia crítica. Ojalá nuestra sociedad, con claros signos de creciente fragmentación, encuentre en las urnas el correspondiente antídoto antes de que sea demasiado tarde.

lunes, 4 de marzo de 2013

LA CONSAGRACION DEL MITO 


Confieso lo difícil que me resultó comenzar a escribir esta nota, la cual trata sobre uno de los momentos más importantes de la historia argentina del siglo XX. Sin exagerar, un hito deportivo que marcó una época, perdurando en el tiempo con su brillo incandescente y cuyo color todavía no denuncia ni un ápice de desgaste. 

Navegando por internet, desembarqué en una página que me ofrecía la posibilidad de escuchar el relato radial del partido disputado entre la selección Argentina y la de Inglaterra, válido por los cuartos de final del Mundial de México 1986. Y siendo que salvo los goles o algún resumen nunca había visto ni escuchado el juego por completo, acepté el reto. 

En la voz de un joven Víctor Hugo Morales, la narración del pleito fue excelente. A punto tal, que tuve la sensación de teletransportarme a aquel domingo 22 de junio, permitiéndome experimentar aquello que otras generaciones tuvieron la suerte de vivir. Porque está de más asegurar que ese cotejo fue especial, ya que la atmósfera en medio de la cual se jugó hizo que esos 90 minutos fuesen mucho más que un partido de fútbol, sino una verdadera batalla emocional de la que el planeta entero estuvo expectante. Así, como el estupendo relator lo transmitía y como el líder de nuestro equipo nacional lo expresaba, así creí que nuestra sociedad lo había vivido. 

Escuchar la admiración con la que se referían a Maradona, tanto el relator como los comentaristas cada vez que éste tocaba la pelota, derivó mis pensamientos en un debate actual. Y en ese trance, intenté esbozar alguna similitud entre lo que despertaba el otrora capitán y el furor que hoy estalla con la figura de Lionel Messi. Sin embargo, rápidamente me di cuenta que establecer una comparación entre ambos es una tarea que raya lo imposible. Diego ya era un extraordinario jugador, pero el peso específico de ese partido y la dimensión alcanzada por su propia actuación, conjugan en contra de cualquier aspirante a la corona. Es por eso que, en esta discusión sobre los logros de uno y el otro, el pobre Lionel debe resignarse a cualquier pretensión de asaltar el trono, por más maravilloso jugador que sea. Sospecho que jamás llegará a ser como el Pelusa. 

En el minuto 9 del segundo tiempo, se desarrolló la más fantástica jugada practicada en un campo de juego. El “barrilete cósmico” tomó el balón detrás de mitad de cancha y, con lanza en mano, serpenteó entre más de medio equipo inglés para consumir la inolvidable gesta. Producto de ello, el relator estallaría en un llanto que por unos minutos no le permitiría continuar con su labor. Y como consecuencia, el comentarista tuvo que salir a salvar el bache generado por el emotivo silencio. Luego, jadeando, Víctor Hugo pidió disculpas a la audiencia por su excitado festejo. Aunque aquella reacción no fue para menos. Acababa de ser testigo del nacimiento del mito, porque estoy seguro que si Diego Armando no convertía ese gol, en tamaño partido, probablemente no se hubiese convertido en Maradona. 

Ese apellido que se transformó en carta de presentación para todos los argentinos que viajaban al exterior. Algo que actualmente sucede con el propio Messi, aunque hay que tener en cuenta que en aquel entonces las telecomunicaciones no estaban ni remotamente tan desarrolladas como lo están hoy en día, donde gracias a ellas un japonés puede en pocos segundos enterarse lo que ocurrió en Ushuaia. Lo que hace que lo alcanzado por Diego sea más impactante. Aquel partido fue la consagración del número diez como el más grande jugador de todos los tiempos, superando al gran “Rei Pelé”. Fue con estas palabras, entretejidas promediando el segundo tiempo, que el relator se rendía ante la evidencia: “si algo le faltaba a Maradona para entrar en la historia del fútbol, fue ser protagonista de esta jugada en el estadio Azteca. Una jugada que sería fantástica, aún en un partido de cuarta división de un torneo local (o de Copa del Rey). Pero la convirtió en un campeonato de mundo, contra Inglaterra, cuando más dolía, cuando más nos importaba, para pasar a semifinales, frente a 115 mil personas y con 100 millones de espectadores”. 

Finalmente, terminado el archivo de audio me quedé en silencio por unos instantes y pensé en lo felices que deben haber sido los que vivieron en aquel día. Todos deben recordarlo, guardarán alguna anécdota. Por eso, ojalá el Pulga pueda emularlo el próximo año. Como el Diego, pero en el Maracaná. Para que todos los que lo presenciemos, ya sea en el estadio, por radio o televisión, pasados los años podamos contarlo. De boca en boca. Como los grandes mitos. Como sucedió con ese Argentina 2, Inglaterra 1.