EL VIRUS DEL PODER
La muerte de Hugo Chávez fue acaso uno de los sucesos más importantes, en materia geopolítica, en lo que va del año. Y sobre ese hecho, del que ya casi todo fue dicho, escrito o televisado, mucho más no puede decirse. Sin embargo, a partir de esta desaparición cabe preguntarnos de qué les sirve a estos caudillos la aglutinación de tanto poder. Si a fin de cuentas, tras el último suspiro solo queda un cuerpo inerte. Aunque, por desgracia, una sociedad que sufre las consecuencias de la mala política.
Jugar a ser Dios es el pecado más
común en el que incurren los líderes populistas, quienes guardan ambiciones omnipotentes.
El caso del venezolano, es uno de aquellos que se han enfermado con el virus
del poder, el cual lo ha llevado a practicar una larga lista de abusos que
limitaron tristemente el ejercicio democrático de su país. Algunos teóricos de
las Ciencias Políticas llamarían a ese fenómeno como democradura, un gobierno dictatorial que funciona dentro del
sistema democrático.
En Venezuela, las reglas del
juego eran impuestas por Chávez, ese conductor que definía lo que estaba bien y
lo que estaba mal, según su propio juicio. El peso de la bota del Comandante en
Jefe dejó una huella que el viento tardará en borrar. Una sociedad partida
entre quienes están a favor y los que no. Aunque el problema es que muchos de
los que conforman el primer grupo fueron infectados con la bacteria del
fanatismo, esa que ciega a su portador y le impide analizar la realidad desde
cualquier perspectiva crítica. Situación que genera una conducta de obediencia
automática para con el líder, quien diaboliza a todo aquel que ideológicamente
se pare en la vereda de enfrente.
Este tipo de metodologías
caracterizan a los Estados corruptos, dirigidos por gobiernos totalitarios que
anhelan controlar todo lo que acontece dentro de sus fronteras por medio del
uso de la fuerza. Un experimento que se reinventa en el tiempo y encuentra
tierra fértil en sociedades que se encuentran sumidas en una profunda crisis y carecen
de una identidad definida. Es allí, cuando aparece la figura del líder que todo
lo puede y que con un relato pseudo religioso cobra carácter divino.
En la Argentina, la vía hacia el
chavismo viene transitándose desde mediados de la pasada década, sufriendo una
marcada aceleración tras la muerte del ex-presidente Néstor Kirchner. La
fascinación por la acumulación de poder, decanta en una contradicción
discursiva producto de defender lo
indefendible. Ejemplo de ello, es que quienes sostienen los estandartes del
progresismo erigen, al mismo tiempo, una estatua al difunto dictador. Ese mismo
que, a comienzos de la década de los noventa fuera protagonista de un frustrado
golpe de estado, perpetrado contra un presidente legítimamente elegido por el
pueblo del país caribeño.
El actualizado objetivo
perseguido por la presidente Cristina Fernández y sus apóstoles rentados, es el
control de los medios masivos de comunicación. Y una vez alcanzado, su prédica
se ramificará como un virus concebido para acabar con la conciencia crítica.
Ojalá nuestra sociedad, con claros signos de creciente fragmentación, encuentre
en las urnas el correspondiente antídoto antes de que sea demasiado tarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario