domingo, 17 de marzo de 2013


EL VIRUS DEL PODER



La muerte de Hugo Chávez fue acaso uno de los sucesos más importantes, en materia geopolítica, en lo que va del año. Y sobre ese hecho, del que ya casi todo fue dicho, escrito o televisado, mucho más no puede decirse. Sin embargo, a partir de esta desaparición cabe preguntarnos de qué les sirve a estos caudillos la aglutinación de tanto poder. Si a fin de cuentas, tras el último suspiro solo queda un cuerpo inerte. Aunque, por desgracia, una sociedad que sufre las consecuencias de la mala política.

Jugar a ser Dios es el pecado más común en el que incurren los líderes populistas, quienes guardan ambiciones omnipotentes. El caso del venezolano, es uno de aquellos que se han enfermado con el virus del poder, el cual lo ha llevado a practicar una larga lista de abusos que limitaron tristemente el ejercicio democrático de su país. Algunos teóricos de las Ciencias Políticas llamarían a ese fenómeno como democradura, un gobierno dictatorial que funciona dentro del sistema democrático.

En Venezuela, las reglas del juego eran impuestas por Chávez, ese conductor que definía lo que estaba bien y lo que estaba mal, según su propio juicio. El peso de la bota del Comandante en Jefe dejó una huella que el viento tardará en borrar. Una sociedad partida entre quienes están a favor y los que no. Aunque el problema es que muchos de los que conforman el primer grupo fueron infectados con la bacteria del fanatismo, esa que ciega a su portador y le impide analizar la realidad desde cualquier perspectiva crítica. Situación que genera una conducta de obediencia automática para con el líder, quien diaboliza a todo aquel que ideológicamente se pare en la vereda de enfrente.

Este tipo de metodologías caracterizan a los Estados corruptos, dirigidos por gobiernos totalitarios que anhelan controlar todo lo que acontece dentro de sus fronteras por medio del uso de la fuerza. Un experimento que se reinventa en el tiempo y encuentra tierra fértil en sociedades que se encuentran sumidas en una profunda crisis y carecen de una identidad definida. Es allí, cuando aparece la figura del líder que todo lo puede y que con un relato pseudo religioso cobra carácter divino.

En la Argentina, la vía hacia el chavismo viene transitándose desde mediados de la pasada década, sufriendo una marcada aceleración tras la muerte del ex-presidente Néstor Kirchner. La fascinación por la acumulación de poder, decanta en una contradicción discursiva  producto de defender lo indefendible. Ejemplo de ello, es que quienes sostienen los estandartes del progresismo erigen, al mismo tiempo, una estatua al difunto dictador. Ese mismo que, a comienzos de la década de los noventa fuera protagonista de un frustrado golpe de estado, perpetrado contra un presidente legítimamente elegido por el pueblo del país caribeño.

El actualizado objetivo perseguido por la presidente Cristina Fernández y sus apóstoles rentados, es el control de los medios masivos de comunicación. Y una vez alcanzado, su prédica se ramificará como un virus concebido para acabar con la conciencia crítica. Ojalá nuestra sociedad, con claros signos de creciente fragmentación, encuentre en las urnas el correspondiente antídoto antes de que sea demasiado tarde.

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