lunes, 4 de marzo de 2013

LA CONSAGRACION DEL MITO 


Confieso lo difícil que me resultó comenzar a escribir esta nota, la cual trata sobre uno de los momentos más importantes de la historia argentina del siglo XX. Sin exagerar, un hito deportivo que marcó una época, perdurando en el tiempo con su brillo incandescente y cuyo color todavía no denuncia ni un ápice de desgaste. 

Navegando por internet, desembarqué en una página que me ofrecía la posibilidad de escuchar el relato radial del partido disputado entre la selección Argentina y la de Inglaterra, válido por los cuartos de final del Mundial de México 1986. Y siendo que salvo los goles o algún resumen nunca había visto ni escuchado el juego por completo, acepté el reto. 

En la voz de un joven Víctor Hugo Morales, la narración del pleito fue excelente. A punto tal, que tuve la sensación de teletransportarme a aquel domingo 22 de junio, permitiéndome experimentar aquello que otras generaciones tuvieron la suerte de vivir. Porque está de más asegurar que ese cotejo fue especial, ya que la atmósfera en medio de la cual se jugó hizo que esos 90 minutos fuesen mucho más que un partido de fútbol, sino una verdadera batalla emocional de la que el planeta entero estuvo expectante. Así, como el estupendo relator lo transmitía y como el líder de nuestro equipo nacional lo expresaba, así creí que nuestra sociedad lo había vivido. 

Escuchar la admiración con la que se referían a Maradona, tanto el relator como los comentaristas cada vez que éste tocaba la pelota, derivó mis pensamientos en un debate actual. Y en ese trance, intenté esbozar alguna similitud entre lo que despertaba el otrora capitán y el furor que hoy estalla con la figura de Lionel Messi. Sin embargo, rápidamente me di cuenta que establecer una comparación entre ambos es una tarea que raya lo imposible. Diego ya era un extraordinario jugador, pero el peso específico de ese partido y la dimensión alcanzada por su propia actuación, conjugan en contra de cualquier aspirante a la corona. Es por eso que, en esta discusión sobre los logros de uno y el otro, el pobre Lionel debe resignarse a cualquier pretensión de asaltar el trono, por más maravilloso jugador que sea. Sospecho que jamás llegará a ser como el Pelusa. 

En el minuto 9 del segundo tiempo, se desarrolló la más fantástica jugada practicada en un campo de juego. El “barrilete cósmico” tomó el balón detrás de mitad de cancha y, con lanza en mano, serpenteó entre más de medio equipo inglés para consumir la inolvidable gesta. Producto de ello, el relator estallaría en un llanto que por unos minutos no le permitiría continuar con su labor. Y como consecuencia, el comentarista tuvo que salir a salvar el bache generado por el emotivo silencio. Luego, jadeando, Víctor Hugo pidió disculpas a la audiencia por su excitado festejo. Aunque aquella reacción no fue para menos. Acababa de ser testigo del nacimiento del mito, porque estoy seguro que si Diego Armando no convertía ese gol, en tamaño partido, probablemente no se hubiese convertido en Maradona. 

Ese apellido que se transformó en carta de presentación para todos los argentinos que viajaban al exterior. Algo que actualmente sucede con el propio Messi, aunque hay que tener en cuenta que en aquel entonces las telecomunicaciones no estaban ni remotamente tan desarrolladas como lo están hoy en día, donde gracias a ellas un japonés puede en pocos segundos enterarse lo que ocurrió en Ushuaia. Lo que hace que lo alcanzado por Diego sea más impactante. Aquel partido fue la consagración del número diez como el más grande jugador de todos los tiempos, superando al gran “Rei Pelé”. Fue con estas palabras, entretejidas promediando el segundo tiempo, que el relator se rendía ante la evidencia: “si algo le faltaba a Maradona para entrar en la historia del fútbol, fue ser protagonista de esta jugada en el estadio Azteca. Una jugada que sería fantástica, aún en un partido de cuarta división de un torneo local (o de Copa del Rey). Pero la convirtió en un campeonato de mundo, contra Inglaterra, cuando más dolía, cuando más nos importaba, para pasar a semifinales, frente a 115 mil personas y con 100 millones de espectadores”. 

Finalmente, terminado el archivo de audio me quedé en silencio por unos instantes y pensé en lo felices que deben haber sido los que vivieron en aquel día. Todos deben recordarlo, guardarán alguna anécdota. Por eso, ojalá el Pulga pueda emularlo el próximo año. Como el Diego, pero en el Maracaná. Para que todos los que lo presenciemos, ya sea en el estadio, por radio o televisión, pasados los años podamos contarlo. De boca en boca. Como los grandes mitos. Como sucedió con ese Argentina 2, Inglaterra 1.

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