domingo, 27 de junio de 2010

El Optimista


Pasaban los treinta minutos del segundo tiempo, cuando Martín Palermo ingresó al campo de juego. Era el debut mundialista de este goleador de 36 años de edad, que no deja de sorprender al mundo futbolero. Mientras muchos dan valor a su talento, otros minimizan su capacidad, confiriendo todo protagonismo a su fortuna.


Desde aquí, propongo que el puntal del éxito de este jugador descansa sobre la confianza que guarda en sí mismo y su convencimiento en que todos los objetivos planteados pueden ser alcanzados. Es por eso, que no puede afirmarse que él solamente tiene suerte, sino que hay algo más importante que eso.


No puede sostenerse que derrocha suerte aquel que falló tres penales en un mismo partido, como le sucedió a él en esa histórica derrota frente a Colombia, en un cotejo válido por la primera ronda de la Copa América de 1999. Sin embargo, eso no lo amedrentó y, tras casi no haber vuelto a ejecutar penales desde esa fecha, se animó en la final de una Copa Libertadores. Y en un Morumbí repleto, tomó el balón y batió al arquero.


No considero que se pueda asignar suerte a quien sufre una rotura de ligamentos, justo en el momento en que patea hacia su gol número cien en el fútbol local. Palermo lo padeció. Y eso no solo lo alejó de la actividad por seis meses, sino que le frustró una importante transferencia a la Lazio. Pero se levantó y volvió. Y su retorno coincidió con la el partido de vuelta por la misma Copa Libertadores. Nada más y nada menos que frente a River. Entró y metió un gol.


Volvió a caer nuevamente, como ese muro de concreto que el 29 de noviembre del 2001 se le precipitó sobre su pierna. Martín jugaba en el Villarreal español y estaba festejando con su gente una conquista. Fractura doble de tibia y peroné fue el resultado de ello. Cuatro meses tuvo de recuperación. Tras esas tremendas lesiones, sus movimientos ya no serían los mismos.


Siete años más tarde, estando a punto de ser convocado por Coco Basile para la selección, su estupendo presente se vio suspendido por una nueva rotura de ligamentos. Para cualquier jugador de su edad (34 años por aquel entonces), eso hubiese decretado el fin de su carrera. No fue el caso de Martín Palermo, quien se recuperó y siguió. Seis meses demandó la vuelta, pero aquello que con Basile no se pudo concretar, con Maradona llegó. La convocatoria lo encontró en un momento no muy auspicioso del Titán. Sin embargo, no la desaprovechó y en la recordada tarde del diluvio universal frente a Perú, puso su pie izquierdo al bombazo de Insúa y nos salvó del abismo. El estadio Monumental se arrodillaba por Palermo, como una semana después lo haría la Bombonera cuando marcara un gol de cabeza desde ¡40 metros! No confundir con el que años antes le había convertido a Independiente desde la mitad de la cancha.


En el último amistoso premundialista frente al selectivo de Haití, la hinchada arrojó una bomba de estruendo a la cancha. Esta explotó y una esquirla se impactó contra su mentón, abriendo una herida. Los médicos le colocaron un apósito resguardándola. El Loco siguió jugando y convirtió un gol. De cabeza.


Sustituyó al multicampeón del Internazionale milanés, Diego Milito. Diez minutos le bastaron a este goleador del underground para conseguir lo que tanto añoró y otras estrellas todavía no pudieron materializar. El “optimista del gol”, lo bautizó Carlos Bianchi alguna vez. El “optimista de la vida”, prefiero yo. “Cambio todo lo que logré hasta ahora, por levantar la copa”, aseguró una vez concluido el partido. Vos hacé lo que quieras Martín, pero nosotros no te cambiamos por nada. Sos un fenómeno.

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